miércoles, 6 de noviembre de 2013

Ejercicio, longevidad, vida y muerte



La forma de vivir la vejez está cambiando, al menos para quienes, convencidos, están practicando hábitos saludables. Siempre se ha reconocido y asociado el ejercicio físico con la buena salud (recordemos a los griegos), en estos tiempos en que la vida se alarga como nunca antes, el ejercicio físico no solo se asocia a la buena salud sino a tener una buena calidad de vida durante la vejez y es un factor añadido para vivir más años.
Cada vez más nos enteramos de proezas deportivas de “ancianos” por todo el mundo, hace unos semanas una sexagenaria estadounidense cruzó a nado desde Cuba hasta Florida, una mexicana de ochenta años escalando montañas, un japonés y un hindú, de la misma edad, compiten por ser el primero con más edad en llegar a la cima del Everest, una alemana de casi noventa aún se sube a las barras paralelas para practicar gimnasia, los casos más sorprendentes son Fauja Singh y Robert Marchand, que a los cien años recorren grandes distancias, uno corriendo otro montado en su bicicleta.
Hace unos días nos enteramos de una historia admirable de ejercicio físico y longevidad, al que se añade otro matiz: la vida y la muerte.
Joy Johnson, una mujer estadounidense que nació en 1927, dedicó su vida profesional a la educación física, al jubilarse empezó su carrera de corredora de fondo, su primer maratón lo corrió a los 60 años y no dejó de hacerlo cada año. Es también una pionera de las categorías “masters” y “seniors”, con ella y otros como ella se han venido abriendo las categorías de mayores de 60 años (de 70 a 79, de 80 a 89) en los grandes maratones y competencias de renombre. Este es el caso del Maratón de Nueva York que este año reunió a 31 personas mayores de 80 años, Joy Johnson corrió este maratón 25 veces, desde su primer incursión y hasta los 86 años, el 4 de noviembre lo corrió con tiempo de 7 horas 57 minutos: un día después murió.
Vivió para el deporte, enseñó a muchos jóvenes, vivió para correr y su deseo y objetivo era morir corriendo, lo logró; a sus compañeros de entrenamiento les había dicho “si llegó a sufrir un colapso en la pista, no llamen al 911, no quiero que me revivan, esperen media hora o quizá 45 minutos y después llamen a la funeraria, así quiero morir”.
Cada año, a la mañana siguiente del maratón neoyorquino asistía a un popular programa matutino de TV, está  vez no fue la excepción: la entrevistaron, al regresar a su hotel tomó una siesta de la que no despertó más.
Su vida tomó sentido a través del deporte, vivió plenamente el potencial de su cuerpo sobre las pistas y las carreteras, la enfermedad no fue invitada a su acto final, murió sana, fuerte, plena y contenta: no solo la vejez está cambiando, la vida está en constante cambio y al parecer también la forma de morir se puede cambiar.